He vuelto a escribir. En realidad no he dejado de hacerlo, pero tampoco he llegado a cerrar ningún texto. Hay finales que nunca llegan a serlo por la inseguridad que a uno le golpea en el pecho y le devora los pensamientos. Pero esto no podía seguir así. Por eso, armada de un valor que aún tiembla de miedo, me he echado al teclado para derramar lo primero que saliera del corazón. Y este es el resultado.
Con más temor aún, me atreví a mostrarle este relato a mi madre para después presentarlo, a mediados de agosto, al concurso de narrativa de mi pueblo, San Bartolomé de Pinares. No esperaba ganar. En serio. La sorpresa cuando escuché que había quedado en primera posición por segundo año consecutivo ha sido mayúscula. Y no puedo por menos que estar y sentirme muy agradecida. ¡Gracias, gracias, gracias! 🙂
No voy a mentir, he echado de menos a la Esther que escribía. Siento que en algún momento la enterré en lo más profundo del alma. Así, sin motivos. Porque no sentía que valiese para seguir plasmando palabras. Porque, quizás, las expectativas siempre han sido demasiado altas y la voluntad débil. No lo sé. Pero mientras renuevo y curo ese valor del que os hablaba, he decidido retomarlo donde lo dejé. Para seguir adelante. Siempre.
Espero que os guste este pedacito (ahora vuestro) de mí.
¡Nos leemos pronto!
He viajado a la deriva del tiempo buscando el olvido. Y no vi al sol desgarrar el horizonte en cada despertar, ni prender con sus rayos las montañas nevadas al acostarse. No vi el llanto plateado del cielo entonces, cuando las estrellas huían de sus hogares dejando tras de sí una larga estela de deseos imposibles. Morían sin cumplir las promesas que de sueños se vistieron. Morían en un estallido de colores, una explosión sorda y cegadora. En silencio. Solas. O eso creo. Eso pienso, porque tampoco lo vi.
No oí a los pájaros cantar al alba, ni escuché reír a los corazones en primavera. No bebí de tus labios cuando el calor se pegaba a mi cuerpo como si fuera una segunda piel. No desnudé mi alma entre tus brazos, mi pecho en tus manos; ni toqué tu rostro a media luz. A besos no borré tu miedo. Ni a versos, ni a nada. Sombras. Sólo sombras y vacío en tus palabras, tu aliento y tu mirada. Erosionándose hasta ser sólo eso: sombras y vacío.
Lo siento. He estado ausente y veo ahora que las maravillas que sin ti me juraron son velados misterios. Siento que he tirado mi tiempo, que me he perdido tus mejores sonrisas, tus cuentos de ensueño, tus noches dormida, tus mañanas de enmarañado pelo, legañas y bostezos. ¿Cómo decirte que del destierro donde moraba regreso? ¿Cómo dar marcha atrás a los latidos que letra a letra descosí? ¿Cómo tejer de nuevo el tapiz que desgarraron mis dedos?
Olvidé tu nombre y lo siento. Ni pronunciarlo, ni escribirlo. No me atrevo. Y osado me descubro ante esta prosa, ante cualquier verso, ante cualquier gesto que esconda un «te quiero». Y lo siento. Y me pesa el alma. Me ahogo en desconsuelo por haber abandonado cuanto me hizo ser quien fui. Ya ni de eso me acuerdo. Cuán necio…
Y perdona, locura, por haber vagado en otras dunas, que sin ti no hallo en mi cordura. Perdona mi ausencia llorando en tu pecho, robándote el aliento que en cada roce me legabas. Desnudarme era escribirte. Y prenda a prenda me besabas el alma al leerte.
Perdóname, Literatura.
He estado ausente.
Y lo siento.
Ago 31, 2019 8:19 pm
Fantástico Esther. Me ha encantado.
Nov 7, 2019 5:56 am
¡Genial! Sé de que hablas. Yo también he estado tiempo sin escribir. ¡No lo dejes!
Un abrazo.