María y Teófilo

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María y Teófilo

María y Teófilo, que dan título al siguiente relato, son mis abuelos. Esta es una historia dedicada a ambos y con ella me presento al concurso literario #NuestrosMayores organizado por Zenda Libros e Iberdrola.

La última vez que hablé con mi abuelo fue el 20 de marzo. Una semana después había enfermado a causa de la COVID-19. Recuerdo que, entonces, publiqué un post en Twitter para descargar la incertidumbre, la rabia y la impotencia que sentía. No sabía que esas palabras darían forma a este relato. A fin de cuentas, el texto que tenéis a continuación está basado en hechos reales. Narra cuanto hemos vivido desde aquel día… y cuanto seguimos viviendo.

Me gustaría aclarar que, pese a reflejar fielmente lo que ocurrió aquellos días, no todo sucedió tal y como está redactado. San Bartolomé de Pinares es un lugar hermoso y hermosas son sus gentes. Durante esas largas madrugadas en las que a mis abuelos se les iba la vida, no estuvieron solos. Hubo gente que quiso echarles una mano. Quiero agradecer especialmente la ayuda desinteresada de Segundo, amigo y vecino de mis abuelos desde su juventud; de Carmen y Teodoro Vaíllo, que han estado pendientes de ellos a diario; y de Lolita, sobrina de mi abuela María. Todos ellos acudieron rápidamente a socorrer a mis abuelos. Que «el vecindario desoyó» sus llamadas de auxilio es lo único de este relato que no se ajusta a la realidad. Sin embargo, quería expresarlo así porque de alguna manera tenía que transmitir la soledad descarnada, la cruel incertidumbre y la impotencia enrabietada de quien solo puede observar y esperar.

Han sido muchas, muchísimas, las muestras de cariño y apoyo que mi abuela ha recibido en todos estos meses por parte de sus vecinos bartolos. Y yo, desde este humilde rincón de literatura, quiero darles las gracias. De corazón. ¡Millones de gracias!

Espero que os guste y deseo que pronto salgamos de esta. ¡Fuerza a todos!

Nos leemos.

Llegó. Llegó como lo hace el invierno en tiempos modernos: de golpe y sin prácticamente avisar. Llegó. Llegó y nadie pensó que cobrase vida la pesadilla. Tampoco María pudo imaginarlo. Creyó que tan colosal era la pandemia que jamás se fijaría en su pequeño pueblo escondido en las frías montañas. Su hogar, refugio de la memoria vieja y cansada. Su hogar sembrado de adoquines de plata. Fue ingenua, ilusa. Se permitió, por una vez, una sola, separar los pies de la tierra. Pero nunca existió quien osara negarse a tanta belleza, a tantos recuerdos nacidos en un país de blanco y negro vestido. Su pueblo, azotado por los años y el olvido, tal y como los habitantes guarecidos en sus casitas centenarias, no fue una excepción. Y llegó. La enfermedad llegó.

—¡María!

El grito hizo temblar las paredes de adobe. María se despertó asustada. Ni siquiera se puso las desgastadas alpargatas. Salió descalza de su habitación y a tientas, en mitad de la oscura madrugada, avanzó hacia el dormitorio de su marido.

—¡María!

El alma encogida; el corazón en un puño. Los pensamientos de María estaban con Dios, pero por más que rezase, sabía perfectamente que la noche ya no volvería a ser tranquila. La anciana caminó deprisa por el pasillo. Allí lo vio. Teófilo. Estaba tendido en el suelo. Su pecho se aplastaba contra las baldosas sin esmaltar. Movía débilmente cada extremidad de su cuerpo, haciendo fuerza con las palmas de las manos para incorporarse. Todo inútil. Teófilo se había caído otra vez. Y tampoco en esta ocasión era capaz de levantarse solo. Jamás supo nadie cuánto sudor y lágrimas derramó María intentando enderezar a un hombre, compañero de vida, padre, amor verdadero; al que apenas le quedaban fuerzas ni recuerdos. Ni cuántas veces besaron el suelo. Ni cuántas llamadas de auxilio desoyó su vecindario. Ni siquiera sus hijos, que dormían en Madrid mientras sus raíces se rompían en aquel pueblecito abulense. Jamás supo nadie nada. Solo María. Teófilo, probablemente, lo olvidara pronto.

Sucedió la noche del 28 de marzo. Era sábado. A partir de entonces dejaron de contar los días. Adolecía el lento paso del tiempo, pero más dolía la propia enfermedad, que azotaba sin piedad ni clemencia aquellos huesos exhaustos, revestidos de carne dura y piel que contaba una historia distinta en cada arruga.

Teófilo tenía neumonía. Se lo dijeron a María cuando su marido, después de oír hablar de lutos, duelos y finales precipitados durante tres agónicos días, ingresó por fin en el hospital. Por caridad y no por derecho. Por una humanidad extrañamente fría, como la propia muerte. Los mayores habían quedado relegados a un pasado que al presente le resultaba, al parecer, indigno. Teófilo era demasiado anciano como para que su vida mereciera seguir su curso. Teófilo padecía Alzhéimer. A los ojos de una sociedad egoísta era solo un viejo desmemoriado que, simplemente, no importaba. Nada. No importaba nada. Solo el silencio tras su partida. Esos adoquines de plata en llanto bañados. Nada. No importaba nada. Solo una respiración entrecortada. Que crecía, que luchaba, que gritaba, que empujaba. Y luego, nada. Solo silencio. Que ya no. Que ya nada. Nada.

—Debemos reducir su medicación contra el Alzhéimer.

María estaba sentada en su salón cuando sonó el teléfono. La televisión estaba apagada y únicamente se escuchaba el tic tac de un reloj que coronaba la pared blanca y desnuda.

—Está estable —informó el doctor cuando la anciana descolgó—. Pero si no reducimos la medicación, no podemos administrarle correctamente el tratamiento que requiere.

La mujer apretó el teléfono. Sabía lo que eso significaba: El mal menor. Lo sabía, pero estuvo de acuerdo. Sus palabras sellaron los días venideros. Días en los que María, completamente sola en la casa que vio crecer a sus hijos y a sus nietos, esperaba la llamada que conectaba su rutina a la de su marido. Días en los que, desde la distancia cruel y la creciente incertidumbre, supo cómo Teófilo se olvidaba de comer, cómo dejó de creer que sus piernas podían llevarle tan lejos como él quisiera, cómo olvidó hablar. Sonreír. Cómo la memoria marchita del hombre, tal vez, con trazos difusos contorneaba su rostro. Cómo cumplía el confinamiento atado a una cama convertida en su campo de batalla. Las sábanas fueron trinchera; las vías que sembraban sus brazos, munición contra el despiadado enemigo.

Sí. Días de espera, a veces, incluso de esperanza. Y noches en las que, agotada y culpable, María dormía diez horas seguidas. En paz. Tranquila.

Llegó. Llegó como lo hace el invierno en tiempos modernos: de golpe y sin prácticamente avisar. Llegó. Y así deseaba ella que regresara su marido. Para volver a cruzar miradas, para bailar juntos una vez más. Así, agarrados. Fuerte. Más fuerte. Para sentirse el uno al otro. Una caricia, un beso. Un desayuno más, con el cabello revuelto y un bostezo prendido en los labios. Ver una película, un partido de fútbol. Preparar arroz con leche, chocolate caliente. Empezar de cero. Con casi noventa años, pero empezar. Escuchar otra vez su nombre. Solo eso. Otro “te quiero”. Solo eso. Por favor. Nada más. Que volviera allí, a su pequeño pueblo escondido en las frías montañas. Su hogar, refugio de la memoria vieja y cansada. Su hogar sembrado de adoquines de plata. Azotado por los años y el olvido, tal y como los habitantes guarecidos en sus casitas centenarias.

4 de mayo.

María continúa esperando a Teófilo.

Siempre lo ha hecho. Siempre lo hará.

  1. May 4, 2020 9:02 pm

    Mi más sentido pésame para toda la familia.

    • May 4, 2020 9:08 pm

      @Nicolás

      Muchas gracias, Nicolás. Por suerte, por ahora estamos bien. Mi abuelo continúa ingresado en el hospital, recuperándose lentamente. Su memoria no volverá a ser lo que era, pero al menos podrá dejar atrás esta neumonía tan mala. Mi abuela sigue en su casa del pueblo. Está esperando a que todo esto pase para poder reunirse con mi abuelo. Gracias otra vez. Un abrazo fuerte.

    • May 6, 2020 10:41 am

      @Nicolás

      Pequeño relato, gran historia!!
      La piel erizada no es suficiente para expresar lo que se siente al leerlo.
      Muy bueno!!!

      • May 6, 2020 11:10 am

        @Cristina

        ¡Muchísimas gracias por tu comentario, Cristina! Me alegro de que te haya gustado. Un fuerte abrazo.

  2. May 5, 2020 3:48 pm

    Me ha encantado el relato, me ha emocionado. Ojalá os podáis reunir pronto con tus abuelos y darles muchos mimos. Cuidalos mucho y mucho ánimo!

    • May 5, 2020 2:09 pm

      @Elena

      ¡Hola, Elena! Mil gracias por los ánimos y por tu comentario. Me alegro mucho de que te haya gustado el relato. Ojalá muy pronto podamos ver a nuestros familiares y amigos. Un beso. Cuídate mucho.

  3. May 10, 2020 11:07 am

    Esther me ha encantado el relato y me ha emocionado mucho y más cuando les pones sus rostro. Un gran beso para todos y en especial para tu madre.

    • May 11, 2020 3:21 pm

      @Carmen

      Muchas gracias, Carmen. Por todo. Un beso enorme. Espero que por allí todos estéis bien.

  4. May 11, 2020 4:15 pm

    Hola Esther! ❤
    Me ha encantado tu relato, es precioso. Acabo de tener un ratito para leerlo, y la verdad es que me ha emocionado mucho. No he podido evitar imaginarme la casa de los bisabuelos en el pueblo. Y además, es que al final me ha resultado muy fácil de leer, se me ha hecho muy corto! Continúa siempre escribiendo! Y no te rindas nunca! Abrazos virtuales ❤
    Eva

    • May 15, 2020 10:20 am

      @Eva

      ¡Muchas gracias, Eva! También por tus palabras después de conocer el fallo del jurado. Me sacaste la lagrimita. Que pase esto muy pronto para volver a vernos. Un besito. <3

  5. Sep 23, 2020 6:21 pm

    Gracias por compartirlo, Esther, me ha conmovido.
    Su memoria anida en vuestro recuerdo. Cada vez que le veis, cada vez que hablas de él, su memoria se hace un poco más colectiva. Como si de un egoísmo cruel se tratara, poco a poco le arrebatamos la consciencia para que pase a ser de todos. De todos y de nadie.

    Realmente he sentido el frío de la baldosa, el eco en mi cabeza del “tic tac” del reloj de pared. Es muy inspirador lo que escribes. Volveré de nuevo a tus publicaciones sin dudarlo. La piel de gallina.
    Mucho ánimo!

    • Sep 23, 2020 7:23 pm

      @Francisco Gordo

      ¡Muchas gracias por tu comentario, Francisco! Cuando escribí el relato no podíamos saber que se produciría un milagro, pero así fue. Mi abuelo salió del hospital, se recuperó en una residencia y regresó junto a mi abuela. Se marcharon a Madrid y ambos están bien, aunque no podemos evitar sentir miedo por la situación actual. Ojalá todo pase antes de lo que imaginamos para poder regresar a nuestro querido pueblo.

      Gracias otra vez. Comentarios así me ayudan a seguir escribiendo y a intentar mejorar más y más.

      ¡Abrazos!

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