¡Hola, viajeros! Paso fugazmente por Radhuk para dejaros el relato que tenéis a continuación (¡que espero que os guste mucho!). 🙂
A modo de curiosidad, os cuento que este mes de noviembre, extraño y gris como también lo es este 2020, hay activo un reto literario llamado #NaNoWriMo que no para de circular por redes sociales. Su nombre procede de National Novel Writing Month y surge en San Francisco, Estados Unidos. Consiste en escribir una novela corta, de al menos 50.000 palabras (unas 67 páginas), en el mes de noviembre y desde hace 20 años suma participantes a lo largo y ancho de todo el mundo. No hay un premio físico a la hora de cumplir el desafío, sino que se trata de ponerse a prueba a nivel personal y, quién sabe, tal vez ese proyecto pueda cobrar forma más adelante. Me llamó poderosamente la atención y lo cierto es que pensé en apuntarme, pero esa presión autoimpuesta no cuadra con mi forma de escribir. Creedme, llevo años intentando terminar una novela, revisando y cambiando una y mil veces partes de la historia, reescribiendo capítulos enteros… Creo que me lo tomo demasiado en serio.
No obstante, noviembre prácticamente acaba de empezar y, si os apetece, vosotros podéis sumaros al reto. ¡Estáis a tiempo!
¡En fin! No me extiendo más. Espero que disfrutéis de este domingo y de las siguientes líneas: Te quise ver.
¡Besos literarios!
Hoy te quise ver. Lo pensé en el albor de la mañana, cuando el sol acarició mi rostro somnoliento. Desvié la mirada hacia el otro lado de la cama. No sabía si todavía no habías llegado o si aún no te habías ido. Mi boca contuvo un bostezo. Deseé que pronto, muy pronto, contuviera un beso.
Te quise ver.
La jornada se me hizo eterna entre eternos sueños, divagaciones de nuestro próximo encuentro. Tú llevarías un vestido de color burdeos, a juego con el pintalabios. El cabello libre, bailando al son del frío viento; los ojos, vestidos de negro. Tu bolso descansaría junto a las caderas, dueñas de miradas lascivas y caricias a medianoche. Y allí, en descenso por las piernas, pisarían fuerte tus tacones.
Te quise ver en el lugar de siempre, las luces de colores bañando nuestros deseos. Te quise ver de pie, junto al tren, como la primera vez que la luna fue testigo de nuestros torpes acercamientos y la ciudad nos descubrió la belleza del silencio. Te quise ver.
Te quise.
Ver.
Y aún te quiero.
Los edificios arroparían mis pasos de camino al primer bar que visitaríamos. Nos hacía tras la barra, mi mano apoyada en tu rodilla; la tuya, sosteniendo el gin-tonic. Mezclaríamos el alcohol sellando nuestros labios una y otra vez hasta embriagarnos. Sería nuestra la noche. Sería nuestro el amanecer. Invictos. No habría un momento en que dejásemos de compartir oxígeno, en que la distancia entre nuestros cuerpos fuese mayor que la duración de nuestros suspiros. Yo, a ratos orfebre, a ratos alfarero; moldearía tus curvas. Tú, imprevisible. Tú. Siempre tú, acariciarías con tus pestañas mi boca.
Te quise ver corriendo bajo la lluvia, tu pelo rebelde y mojado, la sonrisa iluminando la oscura calle, el monte perlado de verde, el horizonte de arena plagado, la montaña arropada de nieve. Gritando fuerte. Como la primera vez. Como la última. Te quise ver. Y aún te quiero.
Por eso te imagino antes de que me acune el sueño hasta vencerme. Me gusta recordarte así, cuando tus dedos se entrelazaban con los míos y una sensación electrizante recorría mi columna vertebral. Así, en silencio, dejando que el salón vacío reverbere el eco de tu voz.
Noche. Cae la noche y con ella, la estrellas. Se deslizan sobre el firmamento trazando estelas de plata. Lágrimas tristes.
Confieso que a veces tengo celos del cielo, de las fotografías que aún enjaulan tus días. A veces, miedo. Lo pienso mientras atravieso las puertas del cementerio.
Ni vestido de color burdeos, ni mirada teñida de negro. Nuestro encuentro solo es bonito en mis eternos sueños, en las divagaciones que me asolan a cada segundo que el corazón llora.
Lágrimas inalcanzables.
Tú, imprevisible. Tú. Siempre tú. También inalcanzable.
Mi memoria, a ciegas, a oscuras, talla tu figura y dispara recuerdos a quemarropa que dañan mi alma cada vez que cierro los ojos.
Deposito sobre la tumba un ramo de blancos crisantemos.
Tengo miedo. Miedo a que me lleve el viento en un descuido. Como porta en un viaje desconocido los pétalos de las flores que solía regalarte. En un lamento. Miedo a perderme. Contigo.
Te quise ver.
Te quise.
Ver.
Y ya no puedo.
No puedo, pero aún te quiero.